lunes, 16 de mayo de 2011

El Atardecer

Cae el sol en La Ciudad, enorme y naranja.


Pero es difícil verlo, ya que ésta se encuentra plagada de enormes edificios, totalmente encimados los unos con los otros, que obstruyen los rayos del sol.
La luz artificial reina, y con suerte si al mediodía, cuando el astro se encuentra centrado en lo alto del cielo, este puede ser visto desde las enormes terrazas-jardines de los oficinistas, único lugar donde la vida vegetal es posible, y por tanto único sustento de oxigeno de la ciudad.
Pero siendo realistas, ¿a quién puede interesarle ver el sol a estas alturas del mundo?

Fotofobia - eso sienten los ojos y la piel.-

Sin embargo, por lo bajo, a orillas del anden por donde pasa el tren subterráneo que transporta la materia prima desde El Afuera, hasta dentro de La Ciudad, los obreros salen de las fabricas escondidas bajo tierra (de los ojos de los respetables ciudadanos) y trepan por escaleras viejas y oxidadas hasta la superficie.
Se pelean y se empujan intentando llegar lo mas alto posible, allí donde termina el abismo oscuro y lúgubre y comienza el suelo de La Ciudad.
Desde allí, desde esa exacta y reducida posición, es el único lugar donde puede observarse el anaranjado atardecer. Los que han logrado llegar lo suficientemente alto como para vislumbrarlo (que en realidad es muy abajo para aquellos que se encuentran en lo alto del mundo) son solo unos pocos, uno o dos por cada escalera donde cientos mas debajo se amontonan intentando subir. Pero estos, quedan deslumbrados por el paisaje, estupidizados como bajo el efecto de una poderosa droga.
Por unos instantes, nada mas importa, solo la hermosura del sol poniente, reflejado en los cientos y cientos de ventanales de los altos rascacielos; la luz naranja invade sus ojos y su alma y de pronto pareciera que el aire que llena sus pulmones no estuviera viciado.

Solo por unos instantes.

Pronto cae la noche y el espectáculo termina.
La realidad vuelve a pesar sobre sus hombros y los impulsa a ir descendiendo desganadamente por las escaleras, hacia sus hogares, construidos en agujeros entre las paredes del abismo subterráneo; para alimentar a sus hijos si es que hay pan, dormir un rato si es que hay tiempo, y por la mañana siguiente, regresar a la fábrica.
Y ahora, que ellos son los que están debajo, el hambre, el frió, y la expectativa vacía de saber que por mucho que trabajen jamás saldrán de allí, si importan.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El Hombre.

Aunque Papá no lo sepa, en una parte de La Ciudad que no se bien donde es, pero se como llegar; hay un señor mas raro que vos.
Había pasado varias veces por ahí y jamás lo note hasta que Pablo me dijo que estaba ahí.
Tal vez no lo note porque uno prefiere no notar a la gente pobre. Cuando los notas te sentís mal por ser mejor que ellos, o te sentís mal por ellos porque son peores. Nose, pero mejor no verlos.

No ver a ninguno, menos a el, porque este era uno que valía la pena ser visto.
No era cualquier pobre.
Papá me había dicho que los pobres lo único que quieren es pedirte plata para no tener que trabajar. Pero el no te pedía plata, no, ni siquiera te dirigía la vista, con esos ojos tristes que tienen los pobres que me dan escalofríos hasta en la espalda ( Papá dice que eso es asco, porque lo único que ellos te pueden dar es asco).
El no te miraba y entonces no te daban escalofríos y entonces lo podías mirar con mas atención.
Veías que estaba sentado siempre en el mismo lugar, siempre mirando a la nada, o mirando todo, nose. Siempre con una radio muy vieja entre las manos, de la que no salía ninguna música sino ruido, el más incomprensible y molesto ruido. Pero el escuchaba atento a ese ruido todo el tiempo, como esperando que de golpe este cobrase un sentido mágico.
Pero hasta donde yo se eso nunca paso.

A veces cuando estoy en casa aburrido me pongo a pensar preguntas de quién será ese señor. De dónde vendrá. Pablo me dijo una vez que el cree que viene del espacio. Que su nave cayó acá en La Ciudad y que toda su tripulación murió. Que tomo forma humana para mezclarse entre nosotros pero que no sabe como relacionarse. Que escucha la vieja radio porque cree que ahí se va a escuchar un mensaje de su Casa, diciéndole instrucciones, diciéndole que tal vez aun queda alguna esperanza para el.

Pero yo se que no, porque su radio es vieja, y su barba es blanca. Y lo viejo es obsoleto.

El Nene.

A veces al nene le gusta hacerle a su gato todas esas cosas que le molestan. Le tira agua y le hace jugar juegos jodidos que nunca va a poder superar. Lo encierra en el placard.

Cuando Papá lo encuentra, va al nene y le pega. Le pega y le pega hasta que queda tirado en el piso con la nariz sangrando.


-Asi vas a aprender a no ser una mala persona.- Le dice Papá.

La Araña.

En algún callejón olvidado de La Ciudad una Araña corría desesperada.

Detrás de ella caminaba de forma lenta el Gato de ojos perspicaces.

Un simple salto de el equivalía a toda una corrida de la pobre arañita.

Ella estaba agotada sin embargo utilizaba todas sus fuerzas en su huida del sádico Gato.

Cuando el vio por primera vez a la Araña, simplemente la siguió con la mirada, y luego de observarla minuciosamente, decidió posar su pata suavemente sobre la araña, para ver como reaccionaba.

Esta se asusto, y eso al Gato le divirtió mucho.

Fue entonces cuando la Araña comenzó a correr, y al ver que su presa se escapaba, el Gato saco una de sus filosas garras y con mucho cuidado le arranco una pata a la Araña.

Ahora correr era mucho más difícil para ella, y su miedo era cada vez mas exagerado. Por lo que el juego se volvía mas entretenido para el Gato.

El Gato podría haberla asesinado con un solo movimiento y sin ningún esfuerzo, sin embargo eso no le hubiera dado ningún placer. El quería a la Araña retorciéndose de dolor.

Por lo que siguió molestando a la Araña, arruinando cada uno de sus intentos de escape, mutilándola lentamente, hasta que la desesperación de la Araña fue tal que termino por matarla.

Oh, pobre arañita, que minutos antes jugueteaba viendo la angustia de una pobre mosca, que tontamente quedo atrapada en sus redes.

La burbuja.

Una burbuja flotaba en los cielos de La Ciudad.

Dentro de la burbuja se encontraba un hombre.

Si bien todos en la ciudad sabían del hombre de la burbuja, el hombre no tenia conocimiento del mundo exterior, ya que la burbuja se encontraba echa de un material sumamente llamativo; algún mágico cristal, que por fuera dejaba pasar la luz y las miradas de todos los habitantes de la ciudad. Pero por dentro, el cristal lucia como un espejo, el hombre solo podía contemplarse a si mismo.

El hombre tampoco podía escuchar ningún sonido de lo que sucedía afuera, ya que la burbuja estaba herméticamente sellada. Sin embargo, algunos de los gritos del afuera retumbaban de vez en cuanto en su burbuja. Pero por muy fuertes y expresivos que fueran, las vibraciones de la burbuja eran incomprensibles para el hombre.

El hombre comía sus propias miradas, y cagaba lágrimas.

Por lo que, con el tiempo, la burbuja se fue inundando de estas. Cada vez mas y mas, hasta que el hombre murió ahogado en sus propias heces.

Entonces fue cuando sus ojos, dejaron de contemplarse a si mismos.